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El enemigo a veces está en casa: mi historia

Conoce la historia en primera persona de un abuso, Micaela sintió la necesidad de exteriorizar algo que durante años le hizo mucho mal.
Por MinutoRioja , en Nacionales , el Viernes 04 de Octubre de 2019


Mi nombre es Micaela Rodríguez, tengo veinte años y soy sobreviviente de abuso en la infancia por parte de mi papá biológico y en este escrito quiero recopilar las señales que di siendo niña y adolescente, tanto dibujos como comportamientos.



Padres, familiares, docentes, vecinos... presten atención a los comportamientos, juegos y dibujos de los niños. Ellos cuando están pasando por una situación de abuso o maltrato hablan, pero a su manera. Recordemos que los agresores no tienen un típico perfil, es difícil reconocerlos, se muestran amables, cariñosos con los niños. No hay que estar paranoicos pero sí alertas siempre. Un abusador no siempre es el típico alcohólico o drogadicto, puede ser hasta el "mejor vecino" del que nadie sospecharía. Por eso es que muchos decidimos guardarnos todo por el miedo a que no nos crean.

Cuiden a sus niños, a sus alumnos, si ven un comportamiento extraño, hablen, no callen, pueden salvar una vida. Si ellos tienen la valentía de acercarse y contarte lo que les pasó, creeles, los niños no mienten y no pueden inventar algo de lo que desconocen como un acto de abuso. Transmití confianza, explicales sobre sus partes privadas, sobre los secretos buenos y malos, pero sobretodo, procurá que haya una buena comunicación, si ellos pasan por esto van a acudir a vos para contártelo, la confianza es lo más importante, que sepan que no va a haber un castigo por ser sinceros. Me estremecía cada vez que tenía que sacarme una foto con él y tenía que fingir que no pasaba nada, aunque mi cuerpo hablaba.

Uno de mis dibujos que representa esas dos personalidades, amable con la gente y a solas irreconocible.




Doce años de abusos. Así me sentía después de tanto tiempo de silencio y con miedo a contar lo que estaba sucediendo.




Podía tener los mejores regalos, el mejor cumpleaños, pero no era feliz y nadie parecía notarlo. Todos me protegían de los desconocidos pero nadie podría imaginar que quien me veía crecer y debería de haberme cuidado era quien me hacía daño. Escribía lo que me pasaba y lo tachaba, nadie podía saber a qué le tenía miedo.

Tuve varios comportamientos que muchos dijeron que eran normales o partes de la adolescencia, como autolesiones, intentos de suicidio, problemas alimenticios, aislamiento en la escuela, escribía lo que me sucedía pero automáticamente lo borraba, lo tachaba o lo rompía, tenía miedo de lo que podía llegar a suceder si lo contaba y no me creían, tenía un gran sentimiento de culpa y la vergüenza me carcomía por dentro, podía expresarme de niña mediante los dibujos y de adolescente con poemas o escritos pero no podía aceptar lo que estaba sucediendo y así fueron pasando los años, exactamente doce. Desde los cuatro hasta los dieciséis. Muchos podrán juzgarme por no haber hablado antes, pero, ¡lo hice! y decidieron mirar para otro lado en mi escuela y mi psicóloga solía decirme que eran berrinches de adolescente por lo que decidí no contarlo más, hasta que le di otra oportunidad a una profesora, quien hizo la denuncia. Ese día pude contarle a mi mamá lo que había estado ocurriendo, aun con ese sentimiento de culpa me preguntaba, ¿cómo la veo a la cara todos los días ahora que ella lo sabe? ya que todavía no le devolvía la culpa y la vergüenza a quien le pertenecía, a quien me había hecho daño. ¿Por qué voy a esconderme? si no fui yo quien lo provocó, no fui yo quien hizo daño, ni mi cuerpo ni mi alma estaba manchada, porque solo era una niña.

La desinformación hizo que callara durante años, al principio no saber que estaba mal, ya que nadie me decía que un familiar o conocido podría hacerme daño. Me cuidaron, sí, pero no de todas las personas. Porque esto sigue siendo visto como un tabú, un tema del que no se habla, un "secreto familiar", pero ocurre también en las mejores familias. Por mucho tiempo me pregunté qué iban a decir de mí los demás, después dije: "no me importa lo que piensen" y ahora digo, van a pensar que sobreviví y que estoy acá para contarlo y así alertar a todos, porque todos conocemos a un niño y está en nuestras manos el salvar la infancia y entender ese lenguaje del silencio.

Muchos no quieren hablar de esto con sus niños porque piensan que los van a llenar de miedos o van a romper su ilusión del mundo perfecto, pero con la desinformación no los protegemos de las personas malas sino que dejamos a la deriva su inocencia. Como adultos debemos cuidar su integridad física y emocional y hablar de este crimen del que muchos prefieren evitar, pero el silencio no hace que los niños dejen de sufrirlo sino que ayuda a los abusadores a ocultar sus delitos. No esperes hasta mañana para hablar con ellos, porque pueden que lo aprendan de otra manera que no todos son buenos y no va a ser de la mejor manera. 

Prevenir, actuar ante la sospecha, creer, denunciar... comprometerse con la infancia.  Esa es la clave para empezar a construir esa infancia sin dolor.